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Me lo dijo un pajarito

agosto 31, 2006

¿No que Dios está en todas partes?

¿Y todo lo ve, todo lo oye, todo lo sabe?

Entrada ligera de quincena: en lugar de estar gimoteando porque los libros de texto de secundaria hablan de sexo, la Iglesia Católica haría bien en preocuparse por su propio sistema educativo:

No, no es Nueva York, ni Los Angeles, California, es aquí, en Guamúchil, donde, quien dijo llamarse Octavio Felix Lara, de 42 años, se subió por un andamio a la cúpula de la Iglesia, y todo, para que Dios escuchara sus plegarias, pero los agentes preventivos interrumpieron esa conversación.

¿Por qué te querías suicidar? Le preguntaron, No, contestó Felix Lara, no me quería suicidar, no estoy loco, sólo quería estar más cerca de Dios para platicar.

"Ya casi me contestaba, cuando me interrumpieron los 'Polis'", dijo. [Sergio Lozano, "Quería hablar con Dios desde las alturas", en Noroeste Évora. Guamúchil, Sinaloa, 31 de agosto de 2006]

Y eso que no está loco. La historia completa, al final, resulta hasta tierna: don Octavio sólo quería hablar con su difunta madre. A ver, diócesis de Culiacán, ¿qué pasó con la catequesis de don Octavio? ¿Qué no debía saber que podemos hablar con Dios desde donde sea? ¿Qué pasó con eso de "id y predicad el Evangelio a toda creatura" (Marcos 16:15)? ¿No debería importarles más estas lagunas de la fe que los libros de biología de la secundaria? ¿Cuántos Octavios habrá por ahí, listos para caer en las garras de religiones peores que el cristianismo católico? ¿Y luego de quién es la culpa de que las iglesias estén vacías? No es de nosotros los descreídos o de los "hermanos separados". Es de ustedes, clérigos católicos, que están más ocupados con las cosas del César que con las de Dios, tratando con politiquillos para ver qué sacan de provecho. Y las ovejas bien, gracias.

agosto 25, 2006

Náufragos geográficos

La historia de los tres pescadores que zarparon de Nayarit en octubre de 2005 y llegaron al otro lado del Pacífico, nueve meses después, ha cautivado a México. La historia es bien conocida: después de que se quedaron sin motores ni gasolina, los tiburoneros Lucio Rendón, Salvador Ordóñez y Jesús Eduardo Vidaña fueron arrastrados por las corrientes oceánicas y se estuvieron alimentando de peces y aves crudos y agua de lluvia. Así hasta que el 9 de agosto un barco atunero de Taiwan los rescató en aguas cercanas a las islas Marshall... ¿en dónde, perdón?

Las islas Marshall

Bandera de las islas Marshall
Bandera de las Islas Marshall.

La República de las Islas Marshall es un país cuyo territorio está compuesto por una treintena de atolones en el Pacífico central, agrupados en las dos cadenas de Ratak ("amanecer"), al este, y Ralik ("atardecer") al oeste, con un área total de 180 km2. Las dos cadenas de Ratak y Ralik se extienden a lo largo de casi medio millón de kilómetros cuadrados de océano. Como comparación, es como si agarrara la delegación de Iztapalapa (120 km2), la partiera en pedacitos y la desparramara por Sonora y Chihuahua (más de 420 mil km2 entre los dos). Los atolones marshaleses apenas si se elevan una decena de metros sobre el nivel del mar y la vegetación consiste principalmente en palmeras. Los atolones del norte reciben menos lluvia que el sur (me recuerda otro país...) y muchos de ellos están deshabitados.

La población total de las Marshall es de unos 65 mil habitantes (la capacidad del Estadio Jalisco), casi todos concentrados en los atolones de Majuro, donde está la capital, y Kwajelein, donde está una base militar de Estados Unidos. Tiene una escasa producción agropecuaria destinada en su mayoría al autoconsumo. La economía marshalesa es profundamente dependiente de Estados Unidos, que también se hacen cargo de la defensa militar. Como otros países oceánicos, las islas Marshall venden derechos de pesca en su enorme mar territorial a empresas como Koo's Fishing de Taiwan, uno de cuyos barcos encontró a los tres náufragos.

Las Marshall fueron colonizadas por migrantes micronesios a principios de la era cristiana. En 1529 fueron avistadas por exploradores españoles, pero no fueron exploradas hasta 1788 por el navegante inglés John Marshall, que las bautizó con su nombre, y no fueron cartografiadas hasta 1815 por el ruso Kotzebue [agregado el 28/08/2006]. En 1850 llegaron misioneros protestantes desde Hawaii, y en 1886 Alemania estableció un protectorado sobre las islas. Japón tomó posesión de las Marshall hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando pasarían a control de los Estados Unidos. Entre 1946 y 1958 se hicieron pruebas nucleares en los atolones de Eniwetok y Bikini, que hasta la fecha siguen deshabitadas. En 1979, las islas Marshall declararon un gobierno independiente y en 1991 se volvieron Estado miembro de la ONU.

Las islas Marshall han hecho aportaciones a la cultura popular de Occidente. El atolón radiactivo de Bikini inspiró el nombre de ese gran invento de la humanidad que es el bikini y el nombre del hogar de Bob Esponja, el pueblo de Fondo de Bikini.

Entonces, ¿dónde están?

Quien pretenda saber dónde fueron hallados los tiburoneros de San Blas con base sólo en lo que digan los medios de comunicación va a morir engañado. En la televisión, Televisa y TV Azteca describían la ubicación de las islas Marshall como "cerca" de Australia o "muy cerca" de Nueva Zelanda, lo que puede funcionar en el planisferio de la papelería pero está lejos de la realidad.

Los periódicos no lo hicieron mucho mejor. En sus notas del 16 de agosto, cuando se supo la noticia, El Informador y Ocho Columnas en Guadalajara, Noroeste en Culiacán y Mazatlán, y El Economista, Excélsior, La Crónica de Hoy y La Jornada a nivel nacional, citaron a AFP y situaron las islas Marshall "al noreste de Australia", lo que es un poco más exacto que decir que Terranova está al noreste de México. De hecho, Excélsior acreditaba como fuente a AFP desde "Islas Marshall, Australia". Este error fue el más común por mucho. La gente que comentaba la noticia decía que los náufragos llegaron "hasta Australia" y el corrido que se compuso en honor de los tres náufragos también los manda a Australia. Los diarios del Grupo Milenio sólo dijeron "las islas Marshall de Oceanía".

La Crónica colocó en primera plana este bonito gráfico:

Según el mapa de La Crónica, los náufragos fueron rescatados en el mar territorial de las islas Salomón, que está a medio camino entre Australia y las islas Marshall, a unos 2000 kilómetros al suroeste de Majuro. Lo irónico es que el mapa muestra a las Marshall: son la fila de islitas de borde blanco encima de las islas resaltadas (las Salomón).

Lo que pudo ocasionar la confusión en algunos medios fue que los diplomáticos mexicanos de Nueva Zelanda fueron los que mantuvieron conversaciones con el gobierno marshalés y con la embajada estadounidense en Majuro. Esto no es porque las Islas Marshall estuvieran particularmente cerca de Nueva Zelanda (a 4500 kilómetros, vid. infra), sino porque la Secretaría de Relaciones Exteriores decidió que la embajada mexicana de Nueva Zelanda sería la encargada de la mayoría de las naciones oceánicas, Islas Marshall incluidas.

Para poner el asunto en su justa perspectiva, vamos a poner un mapa de proyección ortográfica (como visto desde el espacio) centrado en Majuro, Islas Marshall:

No es que el Océano Pacífico esté vacío, sino que los atolones oceánicos son tan chicos que el generador de mapas que usé no tiene tanto detalle. Creo que el mapa comunica la idea principal: que las islas Marshall no están cerca de nada que no sean otras naciones oceánicas compuestas de puros atolones.

¿Y cuál es el problema?

Gran cosa, dirá usted, nadie más que el ñoño que hace este blog sabe dónde quedan las islas Marshall. Pues sí es gran cosa. Casi hasta me da flojera poner el reclamo hacia los medios: hay algo que está muy mal en nuestra sociedad si Televisa es capaz de cruzar el Océano Pacífico para entrevistar a tres náufragos pero no es capaz de consultar el Almanaque Mundial que su propia editorial vende cada año para ubicar correctamente el lugar donde los náufragos terminaron su aventura. Los bonitos gráficos por computadora en los que la lanchita animada termina en Nueva Guinea y no en Majuro como debe de ser no sirven para nada.

No se trata sólo de islas a diez mil kilómetros y no se trata sólo de Televisa. En realidad, los mexicanos padecemos de algo que podemos llamar analfabetismo geográfico o ageografía (creo que esta palabra la inventé). En un estudio llevado a cabo por National Geographic y Roper en 2002, México fue la peor evaluada de nueve naciones, con un promedio de 21 respuestas correctas en un cuestionario de 56 preguntas. Sólo el 2% de los encuestados mexicanos obtuvo más de 40 respuestas correctas. Dos tercios de los encuestados mexicanos fueron incapaces de leer un mapa, y por "leer un mapa" se entiende algo tan bobo como identificar cuál de dos ciudades estaba más hacia el este. La encuesta revela que los mexicanos en general tenemos nociones bastante vagas del Medio Oriente. Si les sirve de consuelo, 97% de los mexicanos del estudio fueron capaces de encontrar su propio país en un mapamundi, porcentaje similar a los italianos y a los suecos, un poco por debajo de los japoneses y muy por encima de los gringos (89%).

¿Y eso qué?, podrá preguntar. Pues que la geografía no es nada más aprenderse los países y sus capitales. Hoy en día, la geografía está ligada con la ecología, la economía, la demografía, la geología, la meteorología, la antropología, la historia... es una disciplina que nos ayuda a formar un marco coherente y unificado de un mundo cada vez más interconectado. El analfabetismo geográfico agrava una situación de ignorancia general que nos pone no sólo en desventajas económicas y sociales, sino que se vuelve una laguna que los charlatanes de todos los colores y tamaños pueden aprovechar en su favor.

(Precisamente hoy, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación publica los resultados de exámenes aplicados el año pasado y la mitad de los alumnos de tercero de secundaria salen sin habilidades mínimas de matemáticas o español. Estamos fregados.)

Créditos

  • Mapa de las islas Marshall: generado con Planiglobe.
  • Bandera de las islas Marshall: dominio público, Wikipedia.
  • Imagen de La Crónica de Hoy: © La Crónica de Hoy, 2006
  • Mapa de distancias: generado con OMC. Rótulos y edición de los mapas de las islas Marshall por Martín Pereyra.

agosto 21, 2006

Mil millones de taxis: resumen

En la entrada anterior se comentó un fragmento del escritor argentino César Aira, donde planteaba la existencia de mil millones de taxis simultáneamente en la ciudad de Buenos Aires. Se preguntó qué estaba mal en el planteamiento de Aira, y si era posible estimar cuántos taxis hay en Buenos Aires en base a los datos de Aira. Este artículo es la recopilación de las respuestas.

Kix se gana mención honorífica por su comentario, que reproduzco a continuación:

No aplica. Si en Bs. As. son tan tranzas como acá, no importa el padrón de taxis, siempre habrá más taxis piratas...

¿Qué se hizo mal?

Todos los comentaristas del artículo anterior están de acuerdo en que los números salieron de la nada. Los números de Aira no tienen relación con la realidad. El último conjunto, el de los taxistas honestos, es casi inverificable. Por lo arbitrario de los números iniciales, cualquier conclusión carece de sentido. Sin embargo, esto no necesariamente es un error, porque como señala el lector Arévalo, Aira hizo literatura, no matemáticas.

Con ese caveat, lo que está de veras mal es que, primero, Aira no distribuyó a lo largo del año. El lector "In I Go" fue el primero en dar con la clave, y ése era el sentido de la pista. Tanto "In I Go" como Antonio tomaron en cuenta esto en su solución. El gran error de Aira es que, a pesar de que desea calcular la cantidad de taxis necesaria para que ocurra el hallazgo de una bolsa de dinero una vez al año, mete a esos mil millones de taxis en un solo instante.

Segundo, Aira confunde taxis con viajes de taxis y viajes de taxis con pasajeros de taxis. Esos mil millones de taxis son en realidad mil millones de pasajeros de taxis, que pueden en algún caso compartir un taxi (puede ser que una familia de Mendoza esté visitando a sus parientes en Buenos Aires y todos se transporten juntos en taxi, o dos ejecutivos vayan a una junta en otra oficina). Y los taxis no son precisamente desechables: un taxi puede hacer varios viajes a lo largo de su vida útil de varios años.

Así, hay que dividir entre:

  • 365 días que tiene el año
  • El número de pasajeros por viaje, en promedio
  • El número de viajes que hace un taxi al día, en promedio

¿Entonces cuántos son?

"In I Go" da como resultado medio millón de taxis: mil millones de viajes divididos entre 250 días laborales por taxista y dividido entre 8 viajes diarios. Por lo desmesurado del número, decide multiplicar por diez el número de taxistas honestos y le da 50 mil taxis. Los 250 días son tan arbitrarios como los mil por mil por mil, pero es una buena aproximación a un año de semanas inglesas. Antonio, por su parte, divide entre 365 días para tener el número de taxis diarios y luego divide entre el número de viajes diarios por taxi para llegar a 137 mil taxis. Kekox toma el dato de la población de Buenos Aires y a partir de ahí va multiplicando por los otros conjuntos hasta llegar a 100 taxis, que no es más que mil millones dividido entre los diez millones de taxis bonaerenses. Cien taxis es más bien el promedio de viajes en taxi que hace un bonaerense al año.

Mis cuentas: ya concluí que Aira calculó el número de pasajeros de taxis en un año. Dividiendo entre 365, nos da 2.7 millones de pasajeros diarios (esta cifra indica que los números de Aira están mal: el metro de la ciudad de México transporta 4 millones). Como no todos los taxis van con un solo pasajero, supongo que en promedio hay dos pasajeros por taxi, lo que baja la marca a 1.4 millones de viajes diarios. Es razonable suponer que, en promedio, un taxista tarda media hora en buscar pasaje, recogerlo y llevarlo a su destino. Si el taxi está en la calle todo el día, salen 29 mil taxis, que es el promedio de taxis que uno puede esperar encontrar en un momento cualquiera en las calles en Buenos Aires. Como "In I Go" dijo en su último comentario, hay que tomar muchos más factores en cuenta. Reconozco la exageración de los 48 viajes diarios, pero intenté de alguna forma compensar los números iniciales. Tampoco usé los 10 millones de habitantes de Buenos Aires, más que como verificador de la credibilidad de los otros números.

¿Qué aprendemos de este cuento? Primero, que a base de suponer podemos demostrar casi lo que sea (¿verdad, señor Jorge Guerrero de la Torre?), y debemos ser muy cuidadosos con el origen de nuestros datos. Segundo, que uno debe analizar bien el planteamiento del problema o de la hipótesis, no vaya a ser que se nos esté escapando algo, como se le escapó a Aira. Tercero, que los errores acumulados o se anulan entre ellos o crean un error más grande. Y último, que los poetas haciendo matemáticas crean muy buenos acertijos. ;)

agosto 14, 2006

Mil millones de taxis en Buenos Aires

La edición mexicana de Letras Libres publica en su número de agosto de 2006 un "cuento" del escritor argentino César Aira. El "cuento" está compuesto de tres secciones algo desligadas unas de otras. Aira, en la segunda, intenta demostrar la simultaneidad de eventos opuestos (supongo que con algún propósito narrativo) al responder cuántos taxis hay en Buenos Aires:

Hay muchísimos, basta con salir a la calle para convencerse. Si uno quisiera saber el número, podría preguntar, investigar, inclusive ir a consultar el padrón automotor de la ciudad, que supongo que debe de ser del dominio público. Pero el cálculo puede hacerse también sin preguntar (sin hablar), sin moverse del escritorio. Basta con deducirlo de un hecho del dominio público.

Cada tanto, en realidad con llamativa frecuencia, aparece en los diarios la noticia de que un taxista honesto ha encontrado olvidado en su vehículo un maletín con cien mil dólares, y se lo ha devuelto a su dueño, al que ha localizado con mayor o menor esfuerzo. [...] Supongamos, inaugurando la serie de mínimos con la que me propongo realzar la credibilidad del cálculo, que en Buenos Aires tal cosa sucede una vez por año nada más.

Pues bien, si miramos los taxis ocupados que circulan por la calle, podemos preguntarnos, para empezar, cuántos están transportando a pasajeros que llevan consigo maletines con cien mil dólares en efectivo. Necesariamente tienen que ser muy pocos. [...] Aun dejando de lado lo ilegal o delictivo, puede tratarse de empleados de grandes empresas que pagan los sueldos en efectivo, o gente que hace alguna operación inmobiliaria, o una inversión bursátil, en fin, no me incumbe. Digamos, quedándonos cortos otra vez, cortísimos, que uno de cada mil pasajeros de taxis lleva esa cantidad encima.

Ahora, tomando ese universo restringido, preguntémonos cuántos de esos pasajeros que viajan en un taxi con cien mil dólares en un maletín pueden dejárselo olvidado. [...] De modo que bien podría calcularse que no más de uno de cada mil pasajeros que toman un taxi con cien mil dólares se los dejan olvidados. Quizás sea más que uno, por ese conocido mecanismo psicológico que hace que cuanto más se preocupe uno por algo, peor le sale. Pero si exagero en este rubro, queda compensado por lo corto que me quedé en el anterior.

Pues bien, tomando el universo ya muy restringido de los taxis en los que alguien se ha olvidado esa enorme cantidad de dinero, queda por calcular cuántos taxistas tendrán el gesto de suprema honestidad de localizar al dueño y devolvérsela. [...] Pesando los pros y los contras, yo diría que, en promedio, de cada mil taxistas puestos en la disyuntiva, uno devolvería el botín, y los otros novecientos noventa y nueve no.

Obtenidos estos números, invirtiendo el proceso, se obtiene la cantidad de taxis necesarios para que se dé un caso de que un taxista honesto devuelva los cien mil dólares olvidados en su vehículo por alguien que viajaba en él con esa cantidad encima. Como el caso se da en la realidad, y con bastante frecuencia, el resultado es mil millones (se lo obtiene de multiplicar mil por mil por mil).

Con lo cual queda respondida la pregunta inicial. En la ciudad de Buenos Aires hay mil millones de taxis. Es decir, a la vez los hay (por la persuasión del cálculo, que es impecable) y no los hay (¿cómo iba a haber mil millones de taxis en una ciudad de diez millones de habitantes?). Es simultáneo. [pp. 58-59]

No soy quién para evaluar el mérito literario de esta pieza. Tome en cuenta que esto no es más que la segunda de tres secciones en la que está dividido el "cuento" de Aira y que corté algunos pedazos poco relevantes para mi propósito. Sí puedo meterme con lo "impecable" de las matemáticas de Aira, y la ejecución es impecable, pero el modelo detrás no. Pensaba meter la explicación aquí, pero para hacer esto más interesante, lo invito a usted, estimado(a) lector(a), a que deje sus respuestas a dos preguntas:

  1. ¿Qué hizo mal César Aira?
  2. ¿Hay alguna forma de estimar el número de taxis de Buenos Aires a partir de los números iniciales de Aira?

Muy seguramente tendrá que agregar otra cadena de suposiciones. Vea esto como un juego. Y como todo juego tiene reglas, las de éste son:

  • Las suposiciones no tienen que resultar muy chocantes con el sentido común
  • No se vale preguntarle a San Google o a Santa Wikipedia

Pista: Tome en cuenta la frase "en Buenos Aires tal cosa sucede una vez por año nada más". (Sí, ya tengo una respuesta.)

Es más, metamos otra pregunta: tomando en cuenta nada más el otro dato que da Aira, 10 millones de bonaerenses, ¿podemos sacar la cuenta de los taxis de Buenos Aires?

Actualización al 23/08/2006: La conclusión está aquí desde el lunes, pero se me había pasado actualizar en este texto.

Fuentes

agosto 03, 2006

El hombre oso

Timothy Treadwell era un ecologista y cineasta aficionado que dedicó su vida a la protección de los osos pardos (grizzly) del Parque Nacional Katmai en Alaska. Durante 13 años, viajó a Katmai todos los veranos para acampar, estudiar, proteger, filmar y vivir entre los osos hasta que al finalizar el último verano (en 2003) un oso se lo comió. La vida, obra y muerte de Treadwell son el tema del documental del alemán Werner Herzog Grizzly man (2005), subtitulada en México como El hombre oso. Esta cinta fue proyectada en salas comerciales de Guadalajara en la semana del 28 de julio al 3 de agosto de 2006.

A través de entrevistas con familiares, amigos, ex novias y testigos, pero sobre todo a través de una selección del material audiovisual recopilado por Treadwell (unas cien horas de video), Herzog retrata el carácter y las motivaciones del autoproclamado "guerrero amable". El resultado es inquietante, por decir lo menos.

Sabemos por el documental que de niño fue muy afecto a los animales. Al crecer, el muchacho tenía talento para la natación, que le dio una beca para la universidad, que perdería un año después por una lesión en la espalda. Empezó a beber y consumir drogas y poco después iría a California a probar suerte en la actuación. Ahí fue donde cambió su nombre original de Dexler por el de Treadwell. Al no tener éxito como actor, siguió hundiéndose poco a poco... hasta que descubrió a los osos. Herzog muestra a Treadwell abriendo su corazón y contando su historia a un zorro que está echado completamente indiferente a lo que el "guerrero amable" dice.

De alguna manera, Treadwell se creó una imagen sumamente distorsionada del entorno de los osos. Los segmentos seleccionados por Herzog muestran a un hombre que parece la versión amanerada, ridícula y estúpida de Steve Irwin refiriéndose a los osos con nombres como Rowdy, Downey, Tabitha, Mickey, Tía Melissa, Sargento Brown y Señor Chocolate. (Los biólogos de verdad suelen ponerle nombres propios a los animales que observan, pero hasta Disney y Sanrio se la pensarían en usar "Señor Chocolate".) Para Treadwell, los osos pardos eran la encarnación de todo lo que era bueno y noble en el mundo. Aparece hablando sobre lo mucho que ama a los osos, lo mucho que ama la tierra de los osos, que no desearía nada más, y que de morir, moriría por la causa de los osos. Incluso en su correspondencia aparece el deseo de volverse un oso, de fundirse con los osos. Al final lo logró, de una manera muy truculenta.

Este concepto tan elevado que Treadwell tenía de los osos le impedía comprender la cruda realidad de "caos, hostilidad y asesinato", en palabras de Herzog: el "guerrero amable" aparece perplejo y lloroso ante una patita de osezno muerto por otros osos, ante el cráneo limpio de otro osezno devorado durante una hambruna, aparece implorando al dios que se deje por lluvia, para que los salmones puedan remontar el río y alimentar a "sus" osos. A pesar de que la población de osos grizzly de Alaska es una de las mejor protegidas, Treadwell estaba convencido de que los osos estaban en gran riesgo y por ello se había proclamado como su protector. Parece ser que sólo durante el verano de 2000 se topó con lo que aparentemente era un equipo de filmación, y creía que era un grupo de cazadores furtivos. Treadwell interpretó un mensaje sobre una piedra que decía "Adiós Tim, nos vemos el verano de 2001" y una carita feliz sobre otra piedra como "advertencias" de sus enemigos, al estilo de amenazas de mafiosos. Asimismo, se deshace en improperios e insultos hacia la administración del Parque Nacional Katmai en particular y al gobierno de Estados Unidos en general por no proteger lo suficiente a los osos.

Lo peor es que aunque Treadwell buscaba de cierta manera una conexión con los osos, convivir con ellos, la interacción con los osos es casi nula fuera de algún jugueteo ocasional y de intentos por demás ridículos de controlar a los osos y mantenerse firme ante ellos, según él para ganarse su respeto y ser digno de ellos. En palabras de Herzog, más o menos textuales, "en todas las caras de todos los osos que Treadwell filmó, no hay complicidad, entendimiento o piedad. Lo que me asusta es no encontrar un rastro de ese mundo secreto de los osos del que se consideraba un invitado de honor". Un ejemplo: después de observar una pelea entre dos osos machos por una osa, Treadwell empieza a hablar de mujeres con el oso perdedor, de la misma forma en que dos hombres podrían hablar de mujeres en un bar. El oso yace a una distancia de al menos tres metros, agachado, como descansando y reponiéndose de la pelea, sin siquiera dignarse en voltear a ver a Treadwell.

Al final, ninguno de los involucrados en el caso Treadwell estaba sorprendido por su muerte. Para muchos, como el curador de un museo de la región, miembro de una tribu nativa de Alaska, Treadwell se lo buscó. En su convivencia casi infantil con animales salvajes, Treadwell cruzó una línea que, para la tribu del curador, es sagrada: los hombres y los osos deben estar en sus respectivos ámbitos, sin interferir uno con el otro. De no ser porque el oso también se comió a Amie Huguenhard, la novia de Treadwell, y que lo acompañó en su última expedición, nadie hubiera considerado el hecho como una tragedia.

La conclusión de Herzog es que el retiro de Treadwell al mundo de los osos pardos de Alaska es que su cruzada era una rebelión contra la civilización. A juzgar por su pasado, creo que Treadwell culpaba al mundo moderno de su vida de fracasos y desilusiones, y encontró en los osos pardos la forma de trascender estas frustraciones y justificar su existencia. Ya vimos que el amor de Treadwell por los osos tenía mucho de religioso: de alguna forma, al salvar a los osos Treadwell buscaba redimir a la civilización y redimirse a sí mismo.

Los escépticos podemos sacarle mucho provecho a Grizzly man. Timothy Treadwell es un caso extremo de muchos vicios de algunas facciones del movimiento ecologista contemporáneo: la humanización injustificada de los animales, el doble estándar frente a la civilización moderna (culparla por todos los males, pero usar sin rubor sus productos), las teorías conspirativas, la ignorancia sobre lo que se está defendiendo, el elemento pseudorreligioso, la emoción por encima de la razón.

Notas

  1. No sale cuando el oso se come a Treadwell. La cámara, aunque estaba prendida, tenía la tapa de la lente puesta. Supuestamente se grabó el sonido, que Herzog escucha en cuadro; aunque nunca lo vemos de frente, se ve por las lágrimas de su entrevistada, Jewel Palowak, ex novia y sucesora de Treadwell en la fundación Grizzly People que él creó, que lo registrado en audio lo horroriza y decide no ponerlo en su documental.
  2. La crítica de cine Fernanda Solórzano publicó una reseña en el número de junio de 2006 de Letras Libres.
  3. Aunque pasó una semana en la cartelera de Guadalajara, Grizzly man ya está disponible en DVD.
  4. Agregado el 07/08/2006: Parece ser que Treadwell no hacía lo que hacía por lucro. Si recogía dinero a través de Grizzly People, o de algún otro lugar, muy seguramente tomaba un mínimo para él; en el documental no dicen nada de que viviera particularmente bien ("fue una de las personas más pobres que he conocido", dice Marc Gaede, ecologista). Treadwell presumía de ir a las escuelas a contar sus experiencias con los osos sin cobrar por ello.