Según Harold Camping, un gringo senil y fundamentalista y tal vez desquiciado, el mundo se acabó ayer a las seis de la tarde, horario local de uno.
A mis seis de la tarde, estaba en Plaza Andares. La tarde transcurrió con esa normalidad fresa, anodina y ligeramente enajenante característica de Andares. No llovió fuego (hacía un calor del carajo, pero eso es normal en esta época del año), ni las langostas devoraron la tierra, ni el agua se amargó o se convirtió en sangre, ni los Jinetes del Apocalipsis sembraron el terror por las calles, ni los muertos resucitaron y empezaron a comer cerebros, ni el sol se oscureció (lo que habría estado fenomenal porque hacía un calor del carajo), y la única trompeta que se escuchó fue la del San Juan Project, que se presentó en el forito en medio de Andares y fue la razón por la que estaba ahí en primer lugar.
Tampoco vi gente salir disparada hacia los cielos por eso del Arrebatamiento de los justos que tanto emociona a ciertos evangélicos. Debe ser porque en Zapopan el noventa y tantos por ciento de la población es católica (y me imagino que el porcentaje ha de ser algo mayor entre el mercado objetivo y el vecindario de Andares, o sea la gente "bien" y "de familia", gooey), y todos saben que esos sucios adoradores de la Gran Puta Babilonia de Roma se van a ir al infierno sin excepción. Eso sí, había menos gente de la que esperaba en el área de comida rápida, y algunas personas se fueron antes de acabar el concierto, pero no escuché nada como "¡ay, Cuquis! Ya me tengo que ir porque voy a ser Arrebatada por el Señor", de lo que deduzco que esa gente se fue a atender diligencias mundanas.
Luego fui a la Gandhi a buscar algunas cosas (puede que luego diga más al respecto) y, de nuevo, todo normal. Dentro y fuera de la librería, había la cantidad de gente que uno espera ver por los rumbos de avenida Chapultepec los sábados por la noche. Y allí tampoco vi gente levitando hacia la Gloria Eterna ni ningún otro prodigio sobrenatural.
Hoy en la mañana, los pájaros trinaban y revoloteaban afuera de mi casa. El cielo estaba despejado y el sol brillaba, lo que augura otro día con un calor del carajo. Salí a recoger el periódico y estaba lleno de las mismas miserias de toda la vida. Nada extraordinario, nada sobrecogedor o épico, nada alusivo al fin del mundo, excepto un cartón bastante estúpido de Paco Calderón. (Los que sepan de fut podrán decir si el que los Xoloizcuintles de Tijuana hayan pasado a la Primera División es una señal del Fin.)
A pesar de no haber vivido una vida larga, lo que se dice larga, el mundo se debe haber acabado al menos nueve veces desde que nací, lo que es un exceso. Supuestamente se iba a acabar en 2009, el 6 de junio de 2006, poco después del 11 de septiembre de 2001, en varias fechas de 2000, en julio o agosto de 1999, en 1997, en 1991, en 1986... y en 1994, según el mismo Harold Camping que dijo que el mundo se acabó ayer. Uno confirma que la especie humana tiene la memoria muy, muy corta, y se pregunta qué sería de nosotros si nunca se nos hubiera ocurrido poner la historia por escrito.
Este fue el último capítulo de la larga tradición cristiana de casi dos mil años de esperar el inminente fin del mundo. No importa que la mayoría de los cristianos hayan aprendido que "nadie sabe el día ni la hora, sino el Padre", pareciera que cada década alguien profetiza una fecha del fin del mundo, basado en la Biblia, la Virgen de Fátima, Nostradamus, la noticia tremebunda de la temporada o la civilización muerta que esté de moda. Y nunca falta alguien quien le crea.
Hasta donde estoy enterado, el próximo fin del mundo es el ya famosísimo reinicio de la Cuenta Larga del calendario maya clásico en diciembre de 2012. Por mientras, los dejo con dos piezas del soundtrack del fin del mundo, que como ustedes mis epicenos lectores son gente muy fina, educada y culta ya conocen: los Dies irae de Mozart y de Verdi.